Cuando leí el guión de “Raíz”, escrita por Annemarie Gunkel y Alicia Quispe, me identifiqué plenamente con esta imagen: vivir en un mundo de ensueño y perseguir una ilusión en tiempos de adversidad. Al sumergirme en la historia de Feliciano, me enamoré de las luchas del joven protagonista y de sus compañeros. Sentí que muchos momentos del guión evocaban mis propios recuerdos de cuando crecí en Cusco.

Desde el comienzo, “Raíz” fue el impulso para un viaje mágico a través de los ojos de Feliciano. Un viaje que nos sumerge en su visión del mundo, su origen y sus deseos, todo lo cual podría haberse visto truncado por el peligro que amenaza con destruir sus raíces.

El deseo de ver a Perú en el Mundial de Fútbol por primera vez en 36 años, era la esperanza de muchos peruanos de distintas generaciones, incluyéndome. Significaba unir a todos en un mismo sueño y olvidar, por un momento, nuestras dificultades. Sin embargo, reveló un marcado contraste entre la felicidad compartida y las diferentes realidades que se viven en nuestro país. Contar la historia desde el punto de vista de Feliciano pone de relieve la importancia de preservar la inocencia de los niños y los vínculos con su lugar de origen, en medio de los peligros que amenazan con destruirlos.

El proceso de búsqueda de Feliciano, al que dio vida Alberth Merma, fue mágico, él fue apareciendo, junto a sus fieles amigos, a medida que recorríamos montañas sagradas, caminando entre rocas y nubes.

Dirigir a Alberth fue una exploración de sus propias experiencias similares a las de Feliciano, su propia vida dio a nuestro personaje una nueva dimensión. Su jovialidad, su atrevimiento y su forma natural de conectar con su entorno y con sus propios animales, ayudaron a consolidar  la historia.

Esta experiencia me hizo valorar aún más la importancia de saber de dónde venimos. Sin duda, este es un viaje a nuestro interior, una exploración de nuestros deseos, un recordatorio de lo que estamos hechos y de lo más valioso para nosotros: nuestras raíces.